Intervenciones

PRESENTACION DE “EL RASTRO DE LA CULEBRA”

SALA ALFONSA DE LA TORRE

Cuéllar, 3 de febrero 2012

 

Señoras y señores, amigos, paisanos y autoridades todas:

 

Comparezco ante vosotros, en esto que va empezando a ser una costumbre confortable, para presentaros mi último libro publicado. Pero antes de empezar a hacerlo, quiero destacar el hecho de que, en esta ocasión, esta presentación coincida con la del libro de otra escritora cuellarana, lo que a mi juicio puede hacer de este evento en el futuro una efemérides factible de recogerse por los cronistas locales en los anales de nuestra querida villa y tierra. Ya sé que en los tiempos que corren esta humilde presentación no se puede comparar con eventos de la historia local tan señalados como la participación de un ciclista local en la Vuelta a Francia o las sucesivas elecciones en fiestas de las bellas y gráciles corregidoras y sus damas. Por eso, y creo hablar por los dos, los escritores que comparecemos hoy aquí estamos dispuestos a soñar que nuestra notoriedad pueda alguna vez alcanzar la gloria de otros cuellaranos tan ilustres, al menos, como el torero Matías, Mingo el de la cabras, el bueno de Tomique, La Pulga o La Melitona. Aun a sabiendas de lo pretencioso de esa ambición, no me resisto a indicar que no deja de ser un hecho insólito que un pueblo del tamaño del nuestro esté en condiciones de contar entre sus hijos a dos escritores en activo que presentan a la vez unas obras publicadas en editoriales de ámbito nacional. Modestamente, creo que no debe haber muchos pueblos en España que puedan presumir de semejante, insisto en nuestra humildad, modesta hazaña. Queda a juicio del cronista Balbino y de los que empiezan a sucederle en su labor de crónica juzgar la verdadera trascendencia de este acto si es que consideran al final que tiene alguna digna de ser reseñada.

 

Y puesto que este acto se ha planteado como un entrañable mano a mano, es normal que, por antigüedad de alternativa, me haya tocado a mi lidiar con el primer morlaco. Aunque por elegancia y cortesía propias de un taurino irredento, antes de entrar a matar, voy a empezar con un sentido brindis a mi valiente compañera. ----- Debo decir, que más que leer, he tenido ocasión de beberme los dos libros publicados hasta ahora por Elena Gómez, dos textos que desdicen la modestia que ella suele mostrar cuando habla de su obra. El primero, “Amándome”, es un ejercicio de frescura narrativa, de amenidad, de buen uso del lenguaje de la calle en óptima conjunción con el lenguaje literario. Se trata de un libro en el que el erotismo es un grito de rebeldía, y el sexo, un canto a la libertad, en la línea de una Anais Nin o de un Henry Miller, su tormentoso amante. Cuando terminé de leer ese libro hice buenas las palabras del Marqués de Sade cuando dijo que debajo de la capa de todo pornógrafo siempre se esconde un moralista.------- Del libro que Elena presenta hoy, “El diario de María Magdalena”, solo voy a decir, porque explicárnoslo en profundidad le corresponde hoy a ella, que se trata de un libro que me hubiera gustado escribir a mí. Con este libro, Elena Gómez entra en la distinguida nómina de los grandes escritores blasfemos, justo al lado de gentes como Ernest Renán, Vicente Blasco Ibáñez, Anatole France o José Saramago (obsérvese que los dos últimos ganaron el Premio Nobel). Y por si esto fuero poco para mostrarle mi afinidad, también puede entrar a formar parte, si ella lo desea, de la cofradía de blasfemos que fundara León Felipe, y a la que desde hace años pertenecemos mi amigo el poeta Luis Sanz y yo, una cofradía que tiene entre sus altruistas fines poner en su lugar al que vendió las llaves del templo, el mismo que le robó al pueblo la canción, el que negó al Señor en Los Olivos, una cofradía gozosa que tiene como himno de guerra las coplas geniales y certeras del gran conserje Pedro. ------- Mi enhorabuena, colega.

 

Y bien, voy a intentar ahora contaros, sin aburriros, de qué va “El rastro de la culebra”, sin duda mi libro más ambicioso hasta ahora: tres años de trabajo duro hasta conseguir dejarlo reducido a tan solo quinientas páginas. ----- Y por empezar por el principio, os voy a desvelar las razones y los porqués del titulo de la novela. El rastro de la culebra tiene su origen en la Biblia, ese magnifico cajón de sastre en el que, como en el refranero, uno siempre puede encontrar cualquier argumento y su contrario. En el capitulo 30 del libro de los Proverbios, las palabras de Agur, en los versículos 18 y 19 se puede leer: Tres cosas me son ocultas: el rastro del águila en el aire; el rastro de la culebra sobre la peña y el rastro de la nave en medio del mar; Y aun tampoco sé una cuarta: el rastro del hombre en la doncella. Dejando aparte la valoración de esta cuarta, el rastro del hombre en la doncella, que daría para un tratado, y tomando en consideración el segundo, decidí que venía al caso porque lo que yo pretendo con este libro, en mi afán tozudo de llevarle la contraria a todo, incluídas las Sagradas Escrituras, es demostrar que la culebra venenosa que repta i8mperturbable por las páginas de la historia sí que ha dejado sus huellas patentes sobre esta peña vetusta y erosionada que es España. Los últimos sesenta años de nuestra historia común han ido dejando, en mi modesto criterio, suficientes huellas para entender por donde se ha ido pajeando y se pajea esa culebra. Y son precisamente esas huellas que tantas veces se nos quieren ocultar las que yo he querido recoger en la novela. ¿Se trata entonces de lo que habitualmente se denomina una novela histórica? Yo voy a hacer una reflexión y vosotros mismos juzgaréis por vuestra cuenta. Pienso que decir novela histórica es un pleonasmo tramposo, una engañosa redundancia, porque desde el momento que cada novela cuenta una historia, todas las novelas son novelas históricas. Modifiquemos la pregunta para intentar centrarnos, ¿los hechos que se cuentas en mi libro son reales?. Como la vida misma. Desde el momento en que una historia se publica se convierte en real todo lo que hay en ella. ¿Quién es más real, Cervantes o el Quijote, Ulises u Homero, Shakespeare o Romeo y Julieta, El Lazarillo de Tormes o su autor, que por no firmar la obra dejó de existir para la historia?. Así que debemos concluir que la historia que yo cuento en mi libro es una historia real. Mi historia. Acabáramos, os estaréis diciendo a estas alturas los más avispados, la historia que nos cuenta Coronado es su propia trayectoria biográfica. Lo que nos cuenta es su vida. Y es que, queridos amigos, no hay otra, siempre que uno cuenta una historia, está contando su propia vida. Desde que Gustav Flaubert declaró, cuando le preguntaron quien era Madame Bovary, con la famosa frase de: “Madame Bovary c´est moi”, Madame Bovary soy yo, quedó claro para siempre que toda novela es por definición autobiográfica. Ya hemos llegado a un punto en que parece claro que mi novela es una novela histórica y además autobiográfica. Aunque también debemos saber que decir eso sea como no decir nada, puesto que, por definición, todas las demás novelas también lo son. Para ese viaje, me diréis, no hacían falta alforjas, ¿en qué quedamos?. Pues quedamos en que a este relato le falta un final, una pirueta, porque una historia no es tal hasta que no se cuenta. Y aquí viene lo bueno, cuando vosotros, los lectores, leáis el libro, la historia que se cuenta deja de ser solo mía para ser también vuestra. Y oh maravilla de la literatura, lo que en principio parecía que yo estaba pretendiendo contaros mi vida, lo que realmente pasa es que es la historia de todos la que se cuenta. Cuando se habla de las colas del pan y de las cartillas de racionamiento, esas colas conforman la vida de todos los vivíamos ese tiempo. Habrá mucha gente que al leer en el libro sucesos de la represión, de cárceles y torturas durante el anterior régimen, va entender perfectamente que lo que se cuenta tiene más de su historia que de la mía. Cuando alguien lea lo qué fueron las manifestaciones contra la guerra, si estuvo en alguna, verá que también es uno de los protagonistas de la novela. Y el que fue de Acción Católica, y el que votaba que sí en los refrendos de Franco, y el clandestino que no votaba, y el que votó a la UCD, o vota ahora al PSOE o al partido Popular o a IU, o el que no vota nada. Todos, todos estamos, todos tenemos cabida en esta historia común, mía y vuestra, porque todos hemos estado, estamos y estaremos a uno u otro lado del zigzagueante camino de la culebra, que en contra de lo que dice la Biblia, sí va dejando rastro sobre la vieja peña, un rastro que no es otro que el de nuestras propias e indelebles huellas.

 

Aclarado desde el título uno de los objetivos de la novela, quiero haceros alguna otra observación por si puede servir a alguien para ayudarle a entenderla. La primera versión del libro resultó una novela río (esas que empiezan con érase una vez y terminan con que comieron perdices o no) de casi setecientas páginas, no en vano el tiempo durante el que transcurre la acción es de sesenta años. La idea no me gustó porque entre lo que se cuenta de 1947 (fecha en que comienza la historia) y lo que se cuenta del 2008 (fecha en la que acaba) daba la impresión de que la vida había cambiado demasiado en España. Corría el riesgo de que, en el trayecto, el rastro de la culebra se esfumara. Y yo no quería eso. Yo quería justamente lo contrario, que nos diéramos cuenta de que muchas cosas no han cambiado tanto. Ni en lo político, ni en lo social, ni, lo que es más importante, en el ese rincón recogido y privado que se esconde dentro algún ricón tibio de nuestros corazones solitarios.. Así es que después de darle muchas vueltas, opté por esta forma de aparente rompecabezas donde las fechas aparecen barajadas y uno puede leer unos hechos de 1950 justo al lado de otros de los años noventa. Por este procedimiento es más fácil comparar, y comprobar mi teoría de que si bien es cierto que muchas cosas ya no son como antes, asuntos como el abuso de poder, la corrupción política, el amiguismo, el desprecio por la naturaleza, la prepotencia del capital sobre el trabajo, la influencia solapada de la Iglesia, el nepotismo, los medios de comunicación domesticados, no han cambiado tanto. Sólo hay que fijarse un poco en las huellas y observaremos que no varía tanto el rastro de la dichosa culebra.

 

Otro asunto que me hizo cambiar de idea con respecto a la novela río fue el asunto de las voces. La primera versión era una narración lineal contada toda con la misma voz y en tercera persona. Aquello se parecía bastante a una interminable ristra de batallitas de un carroza. Así es que decidí que la historia estuviera contada a varias voces. Y la de los protagonistas principales, en primera persona. Pero para no perdernos haciendo piruetas en el aire, creo que va siendo hora que os cuente, hasta donde me deje la prudencia, quienes son los protagonistas de esta historia. Ella, Almudena, nace en 1949 en una familia acomodada que deviene rica a la sombra del padre, un alto cargo del Ministerio de asuntos Exteriores del Gobierno de Franco. El, Fernando, es un segoviano que nace en 1947 en el seno de la familia de un ferroviario. En la novela, la historia de estas dos familias se va contando en paralelo hasta que los dos personajes se encuentran. Por ese procedimiento, al lector se le muestra la moneda por las dos caras: mientras unos festejan los veinticinco años de paz en los jardines de la Granja, otros esperan un domingo de toros la excarcelación de un pariente que llevaba veinte años cerrado entre los muros poco hospitalarios del castillo de Cuéllar. Mientras en el 75, unos se ponen a la cola en el palacio Real para llorar a Franco, otros tienen que salir de naja por miedo a que volvieran las represalias. ------ Aquí una aclaración. Si una vez dicho lo anterior alguien está pensando: Vaya por dios, ya tenemos aquí a otro resentido que viene a reabrir la heridas de la guerra. Me apresuro a confesar que mi intención es exactamente la contraria: lo que quiero es ayudar a que cuanto antes, y sin que nadie pierda la dignidad, esas heridas puedan ser cerradas. ----- De todas formas, la historia da un giro en la forma de narrarla cuando los dos personajes se conocen, porque a partir de ese momento, todo lo que ocurre es visto de forma íntima por cada uno de ellos. La visión de ella, con una mirada propia de mujer, mediante las anotaciones en un diario. La visión de él a través de reflexiones íntimas sobre los hechos que van jalonando su vida. De su historia de amor, porque hay una, no voy a entrar en detalles, es una historia de amor como todas, con sus momentos de esplendor y sus días de pena, con un tiempo para la pasión y una vida para los recuerdos. Después de todo, ya lo dejó dicho Neruda: Es tan corto el amor y es tan largo el olvido... En fin, más allá de ese amor que, como todos, tiene su propio recorrido... y ya, lo que realmente interesa de esa relación es que, al dar voz en primera persona a cada uno de los protagonistas, el lector obtiene los puntos de vista masculino y femenino de las cosas. Y un cristal de distinto color para acercarse a los acontecimientos cotidianos. A través del diario de Almudena, llegan al lector las vivencias de una mujer, entre los 26 y los cincuenta años, que se va comprometiendo paulatina y a veces simultáneamente, en casi todos los movimientos vindicativos de su época: desde el feminismo, el ecologismo y el pacifismo, hasta las organizaciones actuales que luchan por la recuperación de la memoria histórica. De su mano conocemos las ideas ecofeministas de Françoise d´Eaubonne, de Vandana Siva o de la recientemente fallecida Wangar Maathai, la Tree Woman keniata, que tuvo tiempo antes de morir de recibir el Premio Nobel de la Paz en el 2004. En su diario se recogen las ideas pacifistas de Gandhi o el surgimiento de los partidos verdes, desde los Grünen alemanes de Petra Kelly en los años ochenta hasta el Greenpeace y a las organizaciones ecologistas globales de nuestro días. En ese diario, la protagonista femenina, recoge las ideas y los sentimientos de una mujer actual sobre la familia, sobre la política, sobre el sexo y la pareja, sobre el racismo, sobre la cultura, sobre la violencia de género, sobre las leyes de igualdad, en resumidas cuentas, sobre toda esa serie de cosas de las no había trazas hace no muchos años en la sinuosa y restriseca senda de la vieja culebra. ----- Para acabar de dar una idea cabal de los contenidos de la novela, voy a entrar con algún detalle en la voz reflexiva y muchas veces amarga de Fernando, el protagonista masculino, el hijo del ferroviario segoviano que logró licenciarse en Filosofía y Letras y ascender socialmente hasta ser profesor de Lengua en un perdido instituto de pueblo. Este personaje vive una pasión por la literatura que le devora. Hay un momento en que se le revuelven en el alma los versos que tanto ha leído y un sentido aciago de la vida hace que los poetas que admiraba discurran como arroyos negros hacia el sumidero de un alma cada vez más en pena. De su mano, del turbio discurrir de su existencia errática, al lector le van a llegar los ecos de Pessoa, de Neruda, de Claudio Rodríguez, de Gil de Biedma, de Antonio Gamoneda..., los nombres y los libros de más de un centenar de escritores de todos los países y de todas las lenguas. Y por encima de todos, el escritor que hizo nacer y crecer su pasión por la literatura hasta conseguir que poco a poco se le fuera envenenado el alma: Don Antonio Machado. En este punto debo hacer una confesión, voy a decir algo que es la primera vez que lo digo: Fernando Alba, el profesor de literatura de la novela, consiguió escribir el ensayo sobre la vida y la obra de Antonio Machado que durante muchos años quise escribir yo. Pero Ay, yo nunca llegue a hacerlo. Para los que vayan a leer el libro, en él tendrán cumplida cuenta de ese ensayo, pero para los que no lo vayan a leerlo, voy a dar aquí sus ideas fuerza para que todos, por el hecho de haber venido, se lleven algún regalo de recuerdo.

 

Notas para el prólogo de “Machado en cuerpo y alma” (este es el título del ensayo): En el libro se viene a decir y yo digo aquí y ahora que Machado es más un poeta filosófico que lírico. Que Machado es más un poeta de adjetivos que de metáforas. Que el amor, en la obra de Machado, es un sentimiento profunda y despiadadamente humano. Que los romances de Machado se pueden perfectamente pasar por alto. Que Machado es más un poeta de la ética que de la política. Que la obra en prosa de Machado es superior en extensión y contenidos a su obra poética. Machado es mucho más profundo en sus pensamientos que en sus versos. Que Machado es un pensador racionalista para el que la religión no pasa de ser una extravagancia que tiene su origen en el miedo. Que en Machado trasciende más Whitman que Darío, y mucho más Ronsard que el veintisiete. Que el núcleo de la obra de Machado está en “Los Complementarios” y en el “Juan de Mairena”. Que Machado describe más el interior del hombre que el paisaje que lo rodea, porque el paisaje, en Machado, es el decorado donde se representa la obra del hombre sólo frente a la moral y a su conciencia. Que Machado, que nunca fue un hombre de partido, ni en la guerra, está siendo mal utilizado por la derecha y por la izquierda, porque debe saberse que Machado, en política, era un lúcido y acendrado disidente. Ciudades que lo despreciaron en vida muestran ahora un orgullo mendaz, fariseo y oportunista, con demasiados intereses turísticos y escasas inquietudes en dar a conocer su obra completa. No olvidar la obra dramática de Machado. A Machado le faltan lectores y le sobran exegetas. Machado, en fin, necesita ser explicado desde el estudio de su obra y la ejemplar trayectoria de su vida. Sin falsos aduladores, ni fútiles charlistas, ni arribistas de alubión, ni directores de banco, ni críticos de púlpito y albarda, ni rapsodas de café, ni responsables oficiales de cultura rabiosamente iletrados. En resumen, a Machado se le debe abordar, sencilla y llanamente, desde el respeto a su obra.

 

El libro, en fin, como no podía ser de otra manera, intenta sondear en ese misterio turbador que intenta explicar el sentido de las dos cosas que con más prevención que distancia suele quitarnos el sueño a las personas. Me refiero al misterio tenebroso de la muerte y al misterio inalcanzable de la vida. Intentar orientarse en ese bosque umbrío con la precaria ayuda de la palabra es tarea de lunáticos, escritores y poetas. Asumo ese grano de locura que me arrastra y me arrastrará mientras viva a querer explicarme mediante la escritura el sentido de ese círculo perverso que empieza de la nada el día que nacemos y vuelve a la nada el día en que se esfuman nuestros sueños bajo el solemne y acogedor saludo de la tierra.

 

Para terminar, quiero hacer algunos homenajes. El primero a la memoria de Francisco San Gil, El Ruso, uno de los protagonistas de El rastro de la culebra, alguien de quien aprendí mucho de cómo había que mirar para saber leer en las huellas de la historia, un paradigma de la honestidad profunda que anidaba en su alma rojinegra y libertaria. Un hombre que me enseñó que sin libertad toda experiencia vital carece de sentido, y que el mejor tesoro del que puede disfrutar una persona es un amigo. El Ruso vivió su azarosa vida de anarquista sin ceder ni un ápice en sus ideas hasta su último día. Un hermano para mí y el abuelo de Madrid para mis hijos. Un protagonista de este libro porque ya iba siendo hora de que alguien metiera su gran obra moral y su hermosa aventura vital en una novela.

 

En segundo lugar, quiero dejar patente y hacerlo en público, mi profundo agradecimiento al extraordinario ilustrador, artista y paisano nuestro, que es Alfonso Rey. Sus siete ilustraciones (seis y el sobrero como dice él) son el reflejo del afecto con el que se tomó el encargo, lo que ha dado lugar a 7 verdaderas obras maestras que han ayudado a dar realce a una edición primorosa por la que mi último y no por eso menor sentido homenaje de esta noche es para mis editores, Daniel y Paca, que han querido acompañarme hoy en la presentación de este libro que prácticamente hemos hecho a medias.

 

Con esto doy por terminada mi faena y paso los trastos a mi compañera que sin duda nos dará alguna luz nueva sobre su valiente libro y nos va a alegrar el alma con la feliz idea de que puede hacerlo y salga viva. Porque hasta no hace muchos años, por bastante menos de lo que se dice en ese diario, hubiera muerto achicharrada en la hoguera. Esto que acabo de decir, también lo he podido ver estudiando el rastro antiguo de la maldita culebra.

 

Muchas gracias.